Eusebio Leal

Han transcurrido 72 horas de la pérdida física de uno de los mejores hijos de Cuba: Eusebio Leal Spengler. Los medios de prensa nacionales e internacionales, y las redes sociales en internet, publican diversas aristas de su prolífera obra. Entrevistas, testimonios, documentales, artículos, anécdotas, atestiguan que estamos en presencia de un hombre que sin proponérselo se ha convertido en un símbolo de la nación cubana.

Tuve el privilegio de beber directamente de su sabiduría universal y su pasión por la cubanía. Cada conversación se convertía en una de las mejores clases de historia. Tenía el arte de la palabra, sincera, amena, consecuente. Llamaba las cosas por su nombre, pero las ubicaba en cada contexto para que se entendiera mejor. Siempre dialogaba, llamaba a la reflexión, emitía juicios de valor con responsabilidad, criticaba los errores, le gustaba balancear en sus análisis, invitaba a ver las luces más que las sombras, a buscar consensos y a construir puentes de amor bien alejados del odio y el rencor.

Insistía en la necesidad de estudiar los orígenes de cada proceso por complejo que fuera para poder entender el presente, como el caso de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos. Precisamente hace 5 años en el contexto del restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre ambos países, participó como miembro de la delegación cubana a la reapertura de la Embajada en Washington, en julio de 2015. Allí su palabra fue escuchada ante un grupo de senadores estadounidenses en el Capitolio de Washington.

Desde su posición atiimperialista, reconoció los valores compartidos por ambos pueblos. Disertó sobre la contribución cubana a la independencia de Estados Unidos, con la ayuda militar de las fuerzas criollas y el aporte financiero de acaudaladas damas habaneras que entregaron parte de sus joyas. También resaltó la incorporaron de estadounidenses a las filas mambisas, como Tomás Jordan, quien se ganó los grados de Mayor General y fue jefe del Estado Mayor General del Ejército Libertador, y Henry Reeve, quien ascendió hasta el grado de General de Brigada y cayó heroicamente en combate.

Ese día estaba feliz. Hablaba de la grandeza del pueblo cubano y de la conducción firme del Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz y del General de Ejército Raúl Castro Ruz, para colocar las primeras piedras de un complejo proceso hacia la normalización de las relaciones bilaterales. Decía con orgullo que habíamos llegado de pie, sin arrodillarnos, hablando de igual a igual, aunque advertía de los desafíos en lo adelante. Fue un fiel defensor de la convivencia civilizada entre Cuba y Estados Unidos, que no implicara la más mínima sombra a la soberanía cubana.

Tres meses antes de ese acontecimiento histórico, también participó en la VII Cumbre de las Américas de Panamá, en abril de 2015. Estuvo invitado al Foro de los Rectores. Fue de los primeros en llegar al parque Belisario Porras, frente a la sede de la Embajada cubana en la capital istmeña, para frustrar una provocación organizada por Félix Rodríguez Mendigutía, terrorista responsable de la identificación y asesinato del Che, quien se presentaría en ese espacio público para ponerle flores a un busto de José Martí. Con altura e hidalguía tomó la palabra e improvisó un emotivo discurso en el que convocó a la “Protesta de Baraguá” por esa infamia.

Ese mismo año asistió como miembro de la delegación cubana al debate general del 70 período de Sesiones de la Asamblea General de las Naciones Unidas, en Nueva York. Como parte de otras actividades, se reunió con las máximas autoridades de la ciudad para concretar uno de sus sueños: hacer para Cuba la réplica de la estatua ecuestre de José Martí –de la escultora estadounidense Anna Hyatt Huntington–, que desde 1965 lo inmortaliza en el Parque Central de Nueva York. Se le veía alegre y repetía “llevo veinte años en ese empeño y parece que estamos cerca de conseguirlo”. Y así fue, pudo lograrse para conmemorar el aniversario 165 del natalicio del Héroe Nacional de Cuba.

En todos los espacios se mostraba optimista y abogaba por la paz entre las naciones. En septiembre de 2016 integró la delegación cubana al acto para la Firma del Acuerdo de Paz en Colombia, que se celebró en Cartagena de Indias. Compartió algunas de sus emociones por encontrarse una vez más en esa hermana tierra caribeña, testigo de las grandes novelas que Gabriel García Márquez escribió, fundamentalmente “El amor en los tiempos del cólera”. Evocó una visita anterior en la que acompañó al Jefe de la Revolución Cubana. Rememoró que sobrevolaban aún el cielo de Cartagena y Fidel le preguntó “qué puedo hacer, qué podemos hacer por La Habana Vieja”. Allí “se decidió un poco el destino de lo que es hoy nuestro centro histórico”.

En esta ocasión acompañaba a Raúl. Se le notaba contento y recordaba las palabras pronunciadas por el General de Ejército en La Habana, al proclamar a América Latina y el Caribe como Zona de Paz. Reflexionaba sobre la historia común de los pueblos nuestroamericanos y del parecido arquitectónico de Cartagena de Indias con La Habana. Comentó que ese territorio al igual que el cubano, estuvo en disputa por las potencias de la época desde el siglo XVIII.

Relató que el almirante británico Edward Vernon, en 1741 al frente de una poderosa armada -que incluyó a milicianos de las Trece Colonias (tres décadas más tarde se convirtirían en Estados Unidos de América), intentó tomar Cartagena de Indias luego de más de dos meses de sangrientos combates, pero fueron derrotados. Posteriormente, ese mismo año y con el afán de apoderarse de Cuba la armada británica –con el almirante Vernon al frente- desembarcó por Guantánamo y avanzó por tierra hacia Santiago de Cuba, pero en cuatro meses fueron nuevamente derrotados.

Recordaba cada detalle histórico con emoción. “Sobre ello he meditado mucho hoy, sobre las oportunidades misteriosas y secretas que ofrece a veces la vida… esta, definitivamente, es una de ellas”, dijo a un equipo de periodistas cubanos. Fue en ese contexto, que acogió la propuesta de quien escribe estas modestas palabras, para hacer el prólogo del libro: “Raúl Castro y Nuestra América, 86 discursos, intervenciones y declaraciones”.

Trabajó incansablemente en su elaboración, que concluyó en junio de 2017. En su texto plasmó la profundidad de su pensamiento y la identificación plena al pensamiento de Fidel y su más fiel discípulo. Posteriormente realizó dos presentaciones del mencionado libro, la primera en la Basílica de San Francisco de Asís, en septiembre de 2017, y la segunda en la Sala Nicolás Guillén de la Cabaña, como parte de las actividades de la Feria del Libro, en febrero de 2018.  En ambas el don de la palabra conquistó el corazón de los presentes y del público en general que pudo apreciarlas en los medios de prensa.

Así se mantuvo durante sus últimos años de vida, regalando amor y con fe sobre el futuro de Cuba. A inicios del presente año coincidí con el Maestro en el Palacio de Convenciones, en el contexto del Congreso Internacional de Educación Superior “Universidad 2020”. Mirándome fijamente –como solía hacer- expresó: “Ahora le toca a ustedes continuar la obra, me voy tranquilo”. Sin más palabras me dio un abrazo y se fue caminando lentamente. Transmitía un mensaje de aliento y optimismo hacia los jóvenes cubanos, con la certeza de seguir las ideas de sus mayores en la forja de la nación cubana libre e independiente.

Pierde Cuba a uno de sus más leales hijos. Pero sus ideas están ahí, intactas, profundas, recorriendo cada rincón de su amada Patria. Así lo recordaremos siempre querido Maestro y amigo, hombre de paz y convivencia civilizada, con la palabra encendida, con hidalguía, valiente, perseverante, consecuente, cespediano, martiano, fidelista y raulista