“Tras una placa, me dijeron que tenía el hueso desgastado. Pero no era eso, era el tumor. Foto: Christian Suárez Castro.

Por alguna triste razón, Greidys Mesa, a sus casi 13 años, abusa de las formas verbales en pasado cuando conversa de la vida.

“Yo practicaba deporte; era de atletismo. Yo hacía de todo: resistencia, velocidad, bala, salto…”, nos cuenta.

“Yo hago de todo”, dice en seco, con cierta gravedad, cierta soberbia napoleónica, para corregir la temporalidad del habla. Pero se le vuelve a ir.

“Siempre ganaba”, asegura.

“Ella era la mejor”, insiste Yusmaidys, su mamá.

“En resistencia quedaba en tercer lugar, pero ya en rapidez era primera. Iba para la Eide. Me querían becar. Pero empecé con el dolor… y un viaje, jugando fútbol en la escuela, me di con la pelota duro en la rodilla y más dolor me dio todavía.

“A la casa llegué coja, no podía caminar, hasta que me llevaron para San José de las Lajas y allí, tras una placa, me dijeron que tenía el hueso desgastado. Pero no era eso, era el tumor.

“Me operaron en el Frank País, porque pensaron que era infección lo que tenía en la rodilla. Cuando abrieron se dieron cuenta de que no y me mandaron para el Oncológico. Allí empecé con quimioterapia y, a la tercera sesión, me operaron y me quitaron el tumor. Pudieron salvarme el pie pero me extirparon la rótula. Seguí con quimioterapia hasta ahora… que terminé”.

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Si trazamos una línea recta hacia el norte, el batey La Antonia se encuentra aproximadamente a 16,2 kilómetros de las playas de Jibacoa y a casi kilómetro y medio del poblado de Aguacate, perteneciente al municipio Madruga, en la provincia de Mayabeque.

A pocos metros de la casa de Greidys, se levanta una extrañísima torre de aspecto cuadrado que el tiempo ha ido derruyendo y por cuyo interior, nos cuentan acá, trepan los niños cuando la travesura de turno así lo manda.

Corre un junio disfrazado de mayo en los campos de Cuba. Huele a mayo, sí, en los arrozales nacientes del borde del camino y en las piñas que, según Rey Bernardo, el padrastro de Greidys, paren incontenibles a pocos metros de la carretera. Y quizás nadie se ponga bravo –insiste Rey– si detienes el auto, brincas la cerca y gritas: “¡Guajiro! ¡Voy a llevarme unas cuantas!”.

Cuando le preguntas a Greidys cómo ha cambiado su rutina, solo dice que “sí”.

“Y cómo he cambiado yo, porque antes era flaquita”, esgrime.

“Pero bueno, sigues siendo delgada”, le digo.

“¡Nooo! –ríe– yo antes era flaquita, flaquita”.

“Era flaquita por eso mismo –acota la madre–, por el problema ese que estaba pasando”.

“No me dejaba engordar, lo que yo no sabía que lo tenía”, añade Greidys.

Quizás porque la casa está “amurallada” por árboles, el único canal que llega a la pantalla de Greidys es Cubavisión. Ello implica que no tenga acceso a teleclases.

“Vienen las chiquillas de mi aula y me dan sus libretas para que copie. Algunos llegan a verme en bicicleta desde el pueblo, el grupito entero de mi aula”.

Antes de que el mundo cambiase, allá por los inicios de 2020, la familia vivía en un sitio algo más alejado de Aguacate llamado La Filial, donde, aseguran, existía una escuela de veterinaria cuyas instalaciones acabaron por convertirse en viviendas.

Después se mudaron para acá, la modesta casa del hombre que, a golpe de amor y crianza, se ganó los grados de padre y abuelo que por genes no le correspondían.

“El varoncito mío –comenta Yusmaidys– ya no vive aquí, está con el padre. Dice que si nos dan una casa en Aguacate sí va para allá, pero que para aquí no viene más. Él se mudó cuando el ingreso”.

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“Me operaron en el Frank País, porque pensaron que era infección lo que tenía en la rodilla. Cuando abrieron se dieron cuenta de que no y me mandaron para el Oncológico”. Foto: Christian Suárez Castro.

Bajo este techo de fibrocemento, Greidys es dueña y señora de la sala, donde está la pequeña cama de madera –que para ella es cama y taburete–, frente a un televisor con DVD en el que rueda películas de terror, sus favoritas, en medio de las madrugadas.

“También me gustan las de tiburones, las series de terror, vampiros, lobos, brujas…”. El padrastro se ríe, recostado a la pared del portal, con un pie sobre el asiento, y afirma que la niña se porta bien, que está todo el día viendo el televisor, “pero no puede faltarle la memoria grabada, si no nos cae arriba. En Aguacate hay gente que se dedica a eso”.

“A ella le gustaba bailar”, dice la madre.

“¿Reggaetón?”, preguntamos para provocarla.

“Sí, de todo –asegura Yusmaidys-. A ella le gusta el reparterismo ese, ¿tú sabes?”.

“Ella está loca porque aparezca su prótesis para bailar –cuenta Mirta, la abuela–, dice que cuando pueda bailar no va a querer ni dormir”.

“Baila lindo cantidad –dice la madre–, de todo… de todo lo que tú le pongas”.

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Cuenta Yusmaidys que llegaron a estar cerca de tres meses sin salir del Oncológico. “Nosotras nunca tuvimos problema ninguno. Dentro de lo que cabe, tampoco nos sentimos mal. La familia siempre nos mandaba comida de aquí, dos veces a la semana. Y el resto del tiempo… la comida del hospital; yo nada más, ella no”.

Greidys insiste en que no le gusta, pero su madre alega que no estaba mala. “Lo de ella era la comidita de aquí: el congricito con la carnita, el pollito”.

“Allá no me aburría porque yo al final veía televisor”, recuerda Greidys.

Ahí conocieron a una niña con la misma afección, pero su familia pudo llevarla para España. En Europa la operaron y le pusieron la prótesis. “Ella me manda videos caminando, haciendo ejercicios en la bicicleta”, dice Greidys.

De Álvaro es de quien más se acuerda. Tenía lo mismo; sin embargo, tuvieron que amputarle la pierna, no se la pudieron salvar.

“Con él es con quien más me río, él siempre está haciendo chistes y yo me río, porque todo lo que él dice, eso es… Y ya, porque los demás… fallecieron”.

Madre, hija y abuela quedan segundos sin habla.

“Cuando todos estuvieran bien –explica Yusmaidys–, queríamos reunirnos e ir para un hotel. Eso es lo que más o menos queríamos, pero ya todos han fallecido. Ella era la más grande de tamaño pero la más chiquita. Michel tenía 13, Keila iba para 17. Ahí lo más jodido es eso, que tú haces buenas relaciones y después…”

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Sus familiares dan fe de que Greidys es muy gritona y le gusta hacerle maldades a los niños. “A los chiquiticos les hala los pelos cada vez que le pasan por el lado de la cama”.

El nombre de su hermano menor, Brian Evelio, de diez años, como el de Greidys, está tatuado en el antebrazo de Yusmaidys. Él le devuelve las maldades y le lanza ranas.

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“A la playa estoy loca por ir. Yo sí nado, me voy para lo hondo. Me iba para Puerto Escondido, porque mi abuelo vive allí y tiene un barco y yo iba todas las vacaciones para allá con él. Montaba barco, bicicleta acuática, me iba para una pila de lados: el campismo, la Cueva del Pájaro, la Cueva del Tiburón.

“Me gusta nadar cantidad, nado como de aquí a aquella casa y es hondo completo. Donde yo nado hay siempre dos mantas grandes, así negras, que pasan por ahí. A mí no me importa; ahora, si las veo, ahí sí.

“Mi abuelo caza tiburones, picúas, agujas. Yo no como pescado pero también pesco. Antes me gustaba el pescado, pero me tragué una espina y hasta ahí”.

“No tomo leche, no me gusta; tampoco tomo yogurt, no me gusta; ningún tipo de potaje, ni sopa ni arroz amarillo. Congrí y arroz blanco, congrí y arroz blanco: si me dan algo que no me gusta, vomito”.

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“Yo practicaba deporte; era de atletismo. Yo hacía de todo: resistencia, velocidad, bala, salto…”, nos cuenta. Foto: Christian Suárez Castro.

Desde que Greidys fuese operada en el lnstituto Nacional de Oncología y Radiobiología el 20 de julio de 2020, de un osteosarcoma de miembro inferior, tiene un yeso que le cubre la mayor parte de su pierna izquierda.

Ella espera…

Transitar por este tipo de enfermedades se hace más engorroso en las condiciones rurales en que vive Greidys. Existen elementos, frutos quizás del mal trabajo e insensibilidad, que ponen más obstáculos al bienestar de esta niña mayabequense. Sin embargo, no todas las cuestiones que influyen en el día a día de Greidys poseen una solución tan sencilla.

Por encontrarse en etapa de crecimiento, necesita una prótesis interna extensible. De acuerdo con recientes declaraciones de Regla Angulo Pardo, viceministra de Salud Pública de la República de Cuba, en ese sentido, Greidys resulta una de las víctimas del bloqueo estadounidense contra Cuba.

Para adquirir este tipo de implementos, señala la ejecutiva, Cuba tenía conversaciones con la compañía estadounidense STRYKER, las cuales se detuvieron durante la administración de Donald Trump.

Actualmente, dicha empresa no responde las solicitudes realizadas por MEDlCuba para adquirir este tipo de dispositivo, Io que abarataría y agilizaría obtenerlo, sin tener que negociar con mercados más lejanos y costosos como Alemania e ltalia.

Ante tal imposibilidad, continúa la viceministra, los servicios de oncología pediátrica en Cuba han tenido que recurrir a las prótesis fijas en pacientes menores de 18 años, lo que conlleva un doloroso costo anual para esos niños:

“La prótesis implantada no crece, pero los niños que la transportan sí, por lo que necesitan ser remplazadas quirúrgicamente a medida que el niño crece y se desarrolla para prevenir desigual largo de brazo o pierna. Se requiere de adicionales cirugías periódicas, dependiendo del promedio de crecimiento individual de cada niño, para remplazar la prótesis antigua por una nueva, con la talla que armonice con el largo actual del brazo o la pierna”.

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“Ella es la mejor del aula –dice la madre– siempre ha sido así. Y el niño mío, con todo lo jodedor que es, siempre lo subían en el matutino como destacado”.

“Yo quiero ser doctora, desde antes”, asegura Greidys, quien averigua sobre las enfermedades, se preocupa por los procedimientos médicos, por el peligro que, ha leído, puede acarrear la permanencia de su catéter en el pecho.

“Yo no salía mucho de mi casa, no era de salir mucho, yo no jugaba, porque a mí no me gusta jugar. Yo nunca jugué con muñecas, porque no me gustan. Lo mío desde niña es el televisor Pero me gustaba el deporte. A mí era a la única que iban a llevar para la Eide. Las demás corrían, pero no… Yo no estaba muy segura de ir, porque las Eide son tremendo relajo.

“Antes –dice como si hablase de décadas atrás– yo jugaba fútbol. Iba a competencias también en San José de las Lajas. Yo subía la soga, hacía nudos, tiraba flechas con el arco…”

“Entonces, a ti te buscaban siempre para ganar…”, le digo.

“Si yo pierdo, no voy más a ninguna competencia. Yo voy a ganar, si no… ¿para qué voy?”, sentencia esta niña y, lo mejor de todo, es que está hablando en presente.

En video, la historia de Greidys Mesa