El Camilo de todos

En el imaginario popular, Camilo será siempre el héroe joven y audaz. El hombre del sombrero alón y de la eterna sonrisa.

El único capaz de hacerle bromas al Che y no estar contra Fidel ni en la pelota. El dicharachero empedernido, amante de la música y enamorado de la vida, quien de ser un guerrillero indisciplinado llegó a convertirse en el mejor de todos y Señor de la Vanguardia.

Ese mismo Camilo que nos dejara con apenas 27 años de vida, multiplicándose en millones. El mismo a quien hoy, a 60 años exactos de su desaparición física, le seguimos depositamos flores en ríos y mares para evocar su leyenda y espíritu rebelde.

Quizás muchos queden sin saber que fuera el propio Che, quien inició la hermosa tradición al llevar a sus hijos a tirarle flores a Camilo en el Malecón habanero. Pero todos imbuidos en ese sentimiento que no se puede expresar en palabras y que refleja en lo más hondo, el amor hacia el hombre de las mil anécdotas. Hacia a ese «flaco jodedor» que tanto se parece a cualquier cubano de hoy, y que, como dijera Fidel, en su renuevo continuo e inmortal, es la imagen del pueblo.

Camilo está vivo en cada cubano y aunque, claro está, no todos podemos ser Camilo, como tampoco podemos ser el Che o Fidel, sí podemos intentar parecernos al hijo de Ramón y Emilia. A ese habanero nacido el 6 de febrero de 1932 en la humilde barriada de Lawton, a quien le encantaban la pelota y la pintura, arte este último, al que le dedicó su talento, para luego hacerse maestro de uno mayor, el de la lucha guerrillera.

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   Leer las cartas de Camilo a sus padres, escritas desde Estados Unidos, a donde había ido en busca de mejoras económicas, es una verdadera delicia y a todos arranca desde una sonrisa hasta una carcajada, pues sin ser un hombre propiamente de letras, dominaba muy bien la ironía y el sarcasmo.

A un perro suyo le puso el mismo nombre del dictador Batista, y no había misiva en que no preguntara por el tal Fulgencio. Enemigo del frío, como cualquiera nacido en estas tórridas tierras, escribe a sus padres el 14 de abril de 1953: «Abrí la puerta y que frío (tatata, eso son los dientes), pero aquí tengo la bufanda, 3 camisas, la camiseta, 1 pullover, el jaket, el saco y el cobo (el cobo es el sobretodo), ahora que caigan bloques de hielo, focas y esquimales que no les temo. Me voy. Me fui»

Unas veces firmaba Kamilo, otras Kid Kmilo y en otras Kmilo 100 Fuegos: «Ave María, estoy escribiendo un americano de altura», dice en carta a sus viejos del 18 de febrero de 1954. Sin dejar, no obstante, de enjuiciar aquella sociedad tan dura e injusta: «Aquí está esto que arde, el machadato a la orden del día, las pegas hay que cuidarlas, porque de lo contrario cualquiera se tiene que comer un eje».

Camilo fue el último de los 82 expedicionarios del yate Granma. Selló su amistad con el Che cuando compartió con él una única lata de leche condensada, y de ser un soldado díscolo, enemigo de recibir órdenes y hasta algo indisciplinado, imperdonable en un guerrillero, logró madurar al punto de ser el mejor de todos.

Herido de bala en un combate, exigió que atendieran primero a otro combatiente, y al ver la indecisión, exigió con firmeza: “O lo cargan ustedes, o lo cargo yo”  

Fue el primero de los rebeldes en bajar a combatir en el Llano, tenía entonces el grado de capitán. Meses después, al ser ascendido a comandante, le escribió a Fidel: «Gracias por darme la oportunidad de ser más útil a nuestra sufrida Patria. Más fácil me será dejar de respirar que dejar de ser fiel a su confianza».

Encabezó la Columna Invasora 2 “Antonio Maceo” con la orden de llegar hasta Pinar del Río y establecer allí un foco guerrillero. En el centro de la Cuba fundó el Frente Norte de Las Villas y se ganó para siempre el sobrenombre de Héroe de Yaguajay.

El 2 de enero 1959 entró en La Habana y ocupó Columbia, la mayor fortaleza militar de la dictadura. “Voy bien, Camilo”, le preguntó Fidel, aquel 8 de enero, y su “Vas bien, Fidel”, se ha convertido en una de las frases más emblemáticas de nuestra Revolución.

El 26 de julio de ese inolvidable año 59 entró al frente de la caballería mambisa de cientos de campesinos. Tres meses después, el 26 de octubre, tuvo su última alocución pública en ocasión de constituirse las Milicias Nacionales Revolucionarias.

Fue en el Palacio de la Revolución en una concentración de más de un millón de cubanos. Todavía retumba su voz ronca y entrecortada afirmando: “¡Tan altos y firmes como la Sierra Maestra son hoy la vergüenza, la dignidad y el valor del pueblo de Cuba en esta monstruosa concentración frente a este Palacio, hoy revolucionario, del pueblo de Cuba!.

“Para detener esta Revolución cubanísima, tendría que morir un pueblo entero y si esto llegara a suceder se harían realidad los versos de Bonifacio Byrne: “Si deshecha en menudos pedazos / llega a ser mi bandera algún día /¡nuestros muertos, alzando los brazos / la sabrán defender todavía!”

Dos días después, desaparecía en el mar el hombre de la eterna sonrisa. Ante la dura realidad de la pérdida, en comparecencia radio-televisiva, Fidel Castro afirmó:

    “...hombres como Camilo Cienfuegos surgieron del pueblo y vivieron para el pueblo. Nuestra única compensación ante la pérdida de un compañero tan allegado a nosotros es saber que el pueblo de Cuba produce hombres como él”.

Seis décadas después, Camilo es símbolo de cubanidad, símbolo de Patria. Su leyenda está inmortalizada en el pueblo y, en especial, en su juventud, que ve en su vida un ejemplo a imitar.