Medio ambiente: La hora de cambiar, o el planeta nos cambiará a nosotros

Greta Thunberg, una joven sueca de 16 años con síndrome de Asperger conocida en todo el mundo por su activismo contra el cambio climático, declaró recientemente: “Hoy los niños y adolescentes estamos luchando por nosotros mismos, pero muchos de nuestros padres están ocupados discutiendo si tenemos buenas notas, una nueva dieta o el final de Juego de Tronos, mientras el planeta se quema”.

El verano pasado, Greta decidió protestar de una original manera: faltar cada viernes a clases y sentarse con un cartel frente al Parlamento sueco. No ha sido un gesto solitario. Más de un millón de niños y adolescentes en un centenar de países se han sumado a ese movimiento de paro escolar un día a la semana, conocido como #FridaysForFuture (Viernes por el futuro).

Greta se ha reunido con líderes mundiales, ha concedido entrevistas y hecho giras, hablado ante el Parlamento Europeo y participado en protestas exigiendo pasos concretos contra el calentamiento global. Hace poco comenzó a promover una semana de acciones a nivel internacional a partir del 20 de septiembre, tres días antes de que se celebre en Nueva York la Cumbre de la ONU sobre Cambio Climático.

El ejemplo de la joven sueca es una de las buenas noticias que destacar en este Día Mundial del Medio Ambiente y seguramente lo será en los meses por venir. La suya puede parecer una acción drástica, extrema, pero es señal de que las nuevas generaciones -las que hoy no deciden pero heredarán el planeta que vive hoy una crisis ecológica- cobran conciencia y hacen sentir su voz.

Es también un recordatorio para los padres y abuelos de esa generación que, en puestos de decisión al frente de gobiernos, organizaciones, juntas multinacionales y grupos de poder, juegan hoy a la guerra mientras se sigue postergando la acción drástica, extrema, que requiere la situación del clima y los recursos naturales del planeta.

Porque a casi ocho décadas del trauma que en todos los órdenes provocó la Segunda Guerra Mundial, la lógica del conflicto y la depredación sigue primando mientras el ente global que surgió de aquel devastador capítulo de la historia humana, la ONU, llamado a mantener la paz y la seguridad internacionales y a promover la cooperación para solucionar los problemas del mundo, a capitalizar los aprendizajes que dejó la conflagración, vive una seria crisis financiera y debió reducir su presupuesto para el bienio 2018-2019.

Esta semana, el secretario general, Antonio Guterres, advirtió que la organización enfrenta graves problemas de liquidez por la falta de pago de más de 90 estados miembros, lo cual compromete su funcionamiento. Y mientras la ONU afronta una emergencia en sus finanzas, el gasto militar mundial superó 1.8 billones (millones de millones) de dólares en 2018, un récord desde 1988, cuando comenzaron a guardarse registros fiables de esas cifras.

El gasto militar récord, divulgado en abril por el Instituto Internacional de Estocolmo para la Investigación de la Paz (SIPRI), es alcanzado cuando son más perentorias las alertas sobre la necesidad de emprender cuanto antes acciones efectivas a escala global para evitar que el cambio climático alcance un punto de no retorno, y cuando la ONU, el organismo que pudiera dar espacio al consenso entre gobiernos y países y coordinar esas acciones, atraviesa una crisis por el déficit presupuestario.

Esto ocurre casi tres décadas después de que la Cumbre de la Tierra (Río de Janeiro, 1992) y el primer informe del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC, 1990) señalaran la necesidad de enfrentar el calentamiento global -considerado el “asunto más importante” que encara hoy la humanidad-, y en tiempos en que una joven de 16 años y otros activistas, en una carta que llama a las acciones mundiales en septiembre, afirman que “durante años ha habido discursos, negociaciones, acuerdos vacíos de contenido, mientras las compañías petroleras tienen carta blanca para incinerar nuestro futuro motivadas solo por el lucro.

“Los políticos han sabido sobre el cambio climático durante décadas, pero deliberadamente pasaron la responsabilidad de nuestro futuro a manos de especuladores cuya búsqueda de ganancias rápidas amenaza nada menos que nuestra existencia”.

«No hay planeta B», advierte una pancarta en una manifestación juvenil

Un cambio radical a corto plazo

El Día Mundial del Medio Ambiente se celebra este año poco después de que el observatorio Mauna Loa de Hawái (de referencia mundial en este tema desde los años sesenta) registrara el pasado 12 de mayo un nivel récord de 415.39 partes de dióxido de carbono (CO2) por millón en la atmósfera terrestre.

Científicos destacaron que por primera vez en la historia de la humanidad se alcanzó esa concentración de CO2, que fue de 250 partes por millón (ppm) en el tiempo previo a la Revolución Industrial y de 300 ppm en los sesenta. Desde la séptima década del siglo XX, el nivel del principal gas de efecto invernadero en la atmósfera no ha parado de aumentar.

La última vez que la atmósfera terrestre tuvo tal concentración de CO2 fue hace más de tres millones de años, cuando el nivel del mar estaba varios metros por encima del actual.

En 2015, precisamente el año en que se firmó el Acuerdo de París -que busca acelerar y concretar las metas de los países para atenuar las causas del calentamiento global-, la concentración de CO2 superó por primera vez las 400 ppm, y llegó a 403.3 ppm en 2016.

En febrero de 2019, la Organización Meteorológica Mundial informó que “2015, 2016, 2017 y 2018 han sido confirmados como los cuatro años más cálidos registrados en la historia”. Además, los 20 primeros años más cálidos están entre los últimos 22 años. El 2018 transcurrió con una temperatura superior en 1°C a los niveles del período entre 1850 y 1900.

La contaminación del aire se encuentra entre las diez amenazas a la salud mundial en 2019, según la Organización Mundial de la Salud. Este año la polución es el tema central para crear conciencia en el Día Mundial del Medio Ambiente. La contaminación del aire tiene un impacto doble tanto en la salud de los seres vivos como en el cambio climático mediante las emisiones de carbono (ONU).

Es una señal inequívoca de cuán rápido avanza el calentamiento, luego de la advertencia que lanzó el IPCC en octubre de 2018.

Al ritmo actual de emisiones de gases que calientan la atmósfera vamos camino a un aumento de la temperatura global de 3ºC hacia 2100 respecto a los niveles preindustriales, lo cual haría muy difícil la habitabilidad en la Tierra.

“Ya estamos viviendo las consecuencias de un calentamiento global de 1°C, con condiciones meteorológicas más extremas, crecientes niveles del mar y un hielo marino menguante en el Ártico, entre otros cambios”, dijo uno de los responsables del IPCC, que señaló que aún es posible lograr que el aumento sea de solo 2ºC, como contempla el Acuerdo de París, e incluso de 1.5ºC, un alza que plantea un escenario menos comprometido.

“Para 2100 la elevación del nivel del mar sería 10 centímetros inferior con un calentamiento global de 1.5°C en vez de 2°C. La probabilidad de que el océano Ártico quede libre de hielo en verano sería de una vez por siglo con medio grado menos, frente a una vez cada década. Los arrecifes de coral disminuirían entre 70% y 90% con un aumento de 1.5°C, pero desaparecerían completamente si fuera de 2°C”, dijo Houesung Lee, presidente del IPCC, al presentar el informe.

Pingüino sobre un pequeño iceberg en la Antártida.

Según los expertos del panel adjunto a la ONU, “no es imposible limitar el calentamiento global a 1.5ºC. Pero requerirá una acción climática rápida, colectiva y sin precedentes en todas las áreas”. El plazo para lograrlo es 2030.

Limitar el calentamiento global a 1.5 °C requerirá transiciones “rápidas y de gran alcance” en la tierra, la energía, la industria, los edificios, el transporte y las ciudades. Será necesario que las emisiones netas globales de CO2 de origen humano disminuyan en 2030 alrededor de 45% respecto a los niveles de 2010, y sigan disminuyendo hasta cero hacia 2050.

Los próximos años serán, como dijeron los expertos, los “más importantes de nuestra historia”. Si tenemos en cuenta el tiempo transcurrido desde la Cumbre de Río, el largo proceso de negociaciones que desembocó en el Acuerdo de París y el hecho de que hay sectores y gobiernos como el de EE.UU. -clave en este proceso- que han llegado a negar la realidad del cambio climático, es obvio que será un reto lograr el consenso entre gobiernos y organizaciones para emprender acciones concertadas y efectivas a escala global, incluido un cambio de matriz energética.

En el corto, mediano y largo plazos, lo que pueda hacer cada humano de forma individual y en su vida cotidiana en bien del planeta podrá marcar una diferencia, pero afrontar la actual emergencia, en un tiempo tan corto, solo será posible con el consenso de los gobiernos -apoyados en la aprobación y la participación de sus ciudadanos- en torno a una agenda mundial común.

El tema ecológico -que es tema de supervivencia del planeta y de las especies que en él habitan, incluida la humana- supera hoy reivindicaciones históricas y conflictos regionales o bilaterales y comerciales o ideológicos entre países y bloques, que a diario remueven ciertos puntos del planeta e inquietan a otros. Supera la geografía binaria de izquierda-derecha. Supera a cualquier otro problema en la agenda de Naciones Unidas, y a la vez los reúne a todos.

El legado a nuestros hijos

Hoy conviven en el escenario mundial los esfuerzos de ciertas compañías petroleras para bloquear la percepción de riesgo sobre el calentamiento global (según un informe de la ONG británica InfluenceMap, los gigantes ExxonMobil, Shell, Chevron, BP y Total destinaron en 2018 unos 200 millones de dólares a retrasar, controlar o detener iniciativas contra el cambio climático), mientras que otras apuestan por energías no contaminantes y se abren paso conceptos y prácticas como la economía circular y la reducción del uso de plásticos.

En el Pacífico flota una “mancha” formada por 1.8 billones de objetos de plástico que alcanza las 80 000 toneladas y se extiende por 1.6 millones de kilómetros cuadrados (alrededor de tres veces el área de Francia). Hace unas semanas se supo que la organización Ocean Cleanup invertirá 20 millones de dólares en un proyecto para colectar esos desechos y reciclarlos.

Según la ONU, cada minuto se compran un millón de botellas de plástico, y cada año se usan 500 000 millones de bolsas plásticas. Ocho millones de toneladas de ese material terminan anualmente en los océanos y amenazan la vida marina y la salud humana. El pasado mes de marzo, la cuarta Asamblea de Naciones Unidas para el Medio Ambiente concluyó con una declaración que prevé “la reducción significativa de los productos plásticos de un solo uso para el año 2030, y el trabajo con el sector privado para encontrar productos asequibles y respetuosos con el medio ambiente”.

Otros datos son menos halagüeños:

–Las poblaciones de vertebrados salvajes (mamíferos, pájaros, peces, reptiles o anfibios) disminuyeron 60% entre 1970 y 2014 debido a la presión del hombre, según el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF).

-Según un informe de la ONU presentado en mayo, un millón de especies de animales y plantas, de los ocho millones que se conocen, están amenazadas de extinción y podrían desaparecer en pocas décadas si no se toman medidas urgentes. El 75% de los ecosistemas terrestres y el 66% de los marinos ya están “gravemente alterados” y más del 85% de los humedales que existían en 1700 se han perdido. Entre 1980 y el 2000 los bosques tropicales perdieron 100 millones de hectáreas, principalmente por la cría de ganado y las plantaciones.

Los bosques son esenciales para la vida en el planeta y la regulación del calentamiento global. Cada año absorben unos 2 000 millones de toneladas de dióxido de carbono. Podrían ser claves en el empeño de lograr que el calentamiento no aumente más de 2°C respecto a los niveles preindustriales (ONU).

-“Los arrecifes de coral están siendo hervidos vivos”, dijo a inicios de 2019 un experto de la división de ecosistemas marinos del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente. Un reporte de esa agencia de la ONU advirtió que hacia 2050 podrían estar extintos el 90% de esos arrecifes, que no son meras rocas sino ecosistemas que proporcionan el hábitat del 25% de las especias marinas, con lo cual son vitales para la vida en el mar y para la vida de millones de personas.

-En un estudio presentado en febrero último, la FAO advirtió que el consumo insostenible de plantas y animales silvestres y domésticos está llevándoles a la extinción. La biodiversidad que sustenta nuestros sistemas alimentarios está desapareciendo, alertó la organización. “Hay una reducción en el número de especies y en los ecosistemas, y hay una reducción genética”. Esa pérdida está siendo causada por los cambios en el uso y la gestión de la tierra y el agua, la contaminación, la sobrepesca y la sobreexplotación, el cambio climático, el crecimiento demográfico y la urbanización.

Ante tal escenario, solo nos queda confiar en que decisores políticos y económicos dejen de jugar a las guerras (militares, comerciales, étnicas, frías y calientes) y cambien la lógica de conflicto y depredación por la de colaboración; vean ante sí, en grandes trazos verdes ribeteados de rojo, el número 2030 en una época en la que, más que políticas ecológicas, el mundo precisa de una ecología de la política, y por encima de cortoplacismos y nacionalismos estrechos o expansionistas, se logre un consenso mundial que abra paso a una acción colectiva coordinada por un ente global que existe hace casi ocho décadas y fue creado bajo los principios de la concertación y la paz.

Pensemos más en nuestros hijos y nietos y en el mundo que les dejaremos. Usemos y botemos menos plásticos de un solo uso (lo desechable es más cómodo, pero recarga más al planeta). Ahorremos electricidad y agua. Limitemos las emisiones de vehículos y los vertimientos de aceite. Respetemos a animales y plantas y pensemos que todos somos parte de un mismo sistema vivo. No miremos lo que hacen los demás: hagamos nosotros. Haciendo individualmente nos convertimos en millones que hacen.

Libelula

Como padres y abuelos de la generación que en unos años estará en nuestro lugar, además de luchar y trabajar para que nuestros hijos y nietos tengan zapatos, alimento, educación y techo, tratemos de aportar cuanto dependa de nosotros para que tengan un planeta sano, amigable, diverso y vital en el cual vivir. No lograremos eso colocándonos en una escala superior a todo cuanto nos rodea: el agua, la tierra, las plantas, los animales… porque todos somos parte del mismo tejido.

A la economía, la política, la historia y otras materias y los asuntos prácticos de la vida agreguemos la ecología. Intentemos comprender el concepto “biodiversidad”. Defendamos el derecho de cada árbol y cada planta y cada ecosistema a existir y miremos con recelo y ojo crítico todo proyecto económico que pueda poner en riesgo el entorno natural, o lo sacrifique. Porque no es únicamente nuestro patrimonio, no el de una sola generación; es el patrimonio de la humanidad, y en esta se incluyen todas las generaciones por venir.

Escuchemos a los niños: