CRÓNICAS BIEN CORTAS: Los juegos no tienen sexo

Al principio, algunos varones no entendían que Ana Lía quisiera jugar fútbol en la Educación Física. Ahora todos la piden en su equipo.

¿Cómo lo logró? Un poco imponiéndose a base de talento, un poco por el apoyo del profe que, si ellas quisieran, les enseñaría ese deporte a todas las niñas, y un poco, también, porque en el mismo patio encontró pequeños y enérgicos abogados de oficio:

—Claro que se lo dijimos a los demás, mamá, el fútbol femenino existe, pero además, los juegos no tienen sexo, ella es buenísima y eso es lo que importa —argumenta Javi, y me cuenta que la niña futbolista del aula pasó de ser un suceso a convertirse en algo común—: ya nadie quiere jugar sin ella. Si un día soy profesional, la pondría en mi equipo.

—Muy bien —lo estimula la hermana—, buena idea, y que sea con el mismo salario, no como en algunos países en los que las mujeres futbolistas han protestado porque les pagan menos que a los hombres.

Así es, Ana Lía tiene derecho a jugar fútbol. Las niñas y los niños tienen derecho a jugar y a soñar y vivir sin andar todo el tiempo en dos filas, sin esas marcas tempranas y sutiles que inoculan discriminación y violencia.