Washington continúa lanzando teorías sin evidencias. Foto: Dominio Cuba

Si usted tiene una historia inverosímil, no cuenta con evidencias y su mentira está a punto de ser descubierta por la opinión pública de los Estados Unidos, tiene una sola opción: invoque a Rusia.

El enemigo histórico de la Guerra Fría ha vuelto y puede ser acusado de cualquier cosa. Funcionó en el pasado y lo sigue haciendo.

En una acción de evidente desespero, fuentes anónimas del Departamento de Estado filtraron a la prensa estadounidense este martes la hipótesis de que Moscú es el principal sospechoso detrás de los incidentes con la salud de los diplomáticos estadounidenses en La Habana.

Tras casi dos años de investigaciones, tanto cubanas como estadounidenses, no existe una sola evidencia que confirme siquiera que los ataques ocurrieron, mucho menos sobre un supuesto responsable.

Las exóticas explicaciones que se han manejado sobre lo ocurrido, que van desde ataques acústicos hasta el uso de neuro-armas de ciencia ficción, han sido descartadas una tras otra por la comunidad científica.

Entre la espada y la pared, Washington parece haberse decidido a sacar un as bajo la manga en cuanto a manipulación política, la carta rusa. Los ataques hacia Moscú están presentes casi a diario en todos los espacios noticiosos norteamericanos en medio de las investigaciones sobre la supuesta interferencia en las elecciones presidenciales del 2016.

Las fuentes anónimas que utiliza la cadena NBC ni siquiera se molestan en aportar evidencias para justificar sus acusaciones.

“La sospecha de que Rusia probablemente está detrás de los ataques alegados está respaldada por intercepciones de comunicación, conocidas en el mundo del espionaje como señales de inteligencia”, refiere el artículo.

Pero se apresuran a aclarar que los datos no son suficientes para una acusación:

“La evidencia todavía no es suficientemente conclusiva para que los Estados Unidos culpe formalmente a Moscú por los incidentes que comenzaron a finales del 2016 y continuaron en 2018, causando una ruptura en las relaciones entre Cuba y Estados Unidos”.

Es decir, carecen de una sola prueba concreta, pero eso no es impedimento para lanzar una cortina de humo que cubra el descrédito estadounidenses y su falta de seriedad en el tratamiento de este tema.

Por su parte, la portavoz del Departamento de Estado, Heather Nauert, insistió en rueda de prensa en que “la investigación está aún en marcha” y, por lo tanto, aseguró “no se ha culpado a nadie” todavía.

“Hemos visto una especie de tormenta de reportes hoy culpando al gobierno ruso, de acuerdo con oficiales gubernamentales anónimos”, dijo. “Advierto a todos sobre ser muy escépticos respecto a las declaraciones de esos oficiales en este momento”.

El guiño a los rusos y La Habana continúa inflando el imaginario de la Guerra Fría que cubre desde el inicio esta historia, digna de los mejores libros de espionaje y películas de James Bond.

Hoy fue Rusia, el enemigo de turno, pero mañana podría ser China, Irán, Corea del Norte o el terrorismo islámico. Lo importante es apelar a los prejuicios y estereotipos de la opinión pública estadounidense y evitar que se haga las preguntas correctas.

¿Qué sentido tiene que Cuba afecte las relaciones con Estados Unidos después de restablecer los nexos diplomáticos con ese país? ¿Cómo es posible que ni los Estados Unidos conozca la tecnología utilizada para lograr los síntomas descritos, en las condiciones alegadas? ¿Quién es el que más se beneficia del distanciamiento entre La Habana y Washington?

La respuesta a cualquiera de estas preguntas desmontaría las mentiras del Departamento de Estado y lo saben.

La apelación a un chivo expiatorio para desviar la atención, sin embargo, es la mayor muestra de su desesperación. Sin pruebas para justificar la participación rusa, dentro de poco a Estados Unidos solo le quedará la posibilidad de un ataque marciano o la inesperada aparición de Doctor Who y su destornillador sónico.