Flora, de René Portocarrero. Foto: DesconocidoDicen que el primero que comparó a una mujer con una rosa fue un poeta, y el segundo, un tonto, porque no creó nada nuevo. Será un acto de poesía mientras la inspiración no sea aquella tomada de un jardín, sino la que infunde la fuerza y el sentido a la vida. Martí lo había dicho con esa forma suya: «Las campañas de los pueblos solo son débiles cuando en ellas no se alista el corazón de la mujer…».

En la historia del país siempre reclamaron un lugar más allá de la casa y la cocina: Mariana Grajales empina a sus hijos para que cumplan con la Patria, y después de la refriega cura las heridas, sin tiempo para derramar lágrimas. María Cabrales se va con Antonio Maceo a la manigua redentora. Lucía Íñiguez acepta que es su hijo Calixto cuando sabe que cae preso después del disparo propio. Manana con Gómez y sus hijos. Tantos nombres que se pierden en las memorias, como la de Inocencia Araújo, rompiendo la maleza para avisarles, al Generalísimo y a Martí, que los españoles iban sobre ellos en Arroyo Hondo.

Morir por la Patria unió a hombres y mujeres, amos y esclavos, blancos y negros en la misma hoguera del sacrificio colectivo. Manos de mujer cosen una herida o una bandera, nadie pudo negarles su puesto en la pelea. Van orgullosas, con el humo de las ciudades quemadas, antes que rendirlas al enemigo.

En la línea de la Sierra se adivina el perfil de Vilma y Celia. Es otro tiempo, pero la lucha no termina. A Lidia Doce no le arrancan una palabra sus torturadores. ¿Quién puede con el valor de tantas mujeres?

Y en la campaña tremenda, van muchas de ellas con lápiz y cartilla, a alfabetizar. No hay un sitio de la historia donde falte la mujer cubana. En la cultura presiden. Rita sale con su voz irrepetible a cantar que el manisero se va, y Alicia lleva el nombre de Cuba a todas partes.

Hay mujeres anónimas y silenciosas que no aparecen en los libros de textos ni en los periódicos, son las hacedoras cotidianas, poetas del trabajo y del amor; las que madrugan para preparar el desayuno y arman a sus hijos para la escuela, las que en los días duros animan con la risa y el optimismo.

Mujeres de tantos oficios y saberes: maestra, doctora, enfermera, oficinista, la que hace radio o vende flores, la arquitecta, constructora, oficial del día, la que nos pone el pan en una cafetería; pero también el regazo donde encontramos el remedio, la caricia.

Esas de nuestro orgullo, que parten a lejanas tierras armadas con un farol, para entregar un rayito de luz a los rincones oscuros, o unas manos para aliviar dolores por tantos siglos demorados; las que dijeron aquí estoy, en tiempos de pandemias.

No importa si el poeta fue el primero: la mujer es una rosa, conjunción de la obra toda. Sin ella, la vida es un minuto largo, sin lluvia, sin estrellas. Con ella, comienza a latir el corazón de heroicas historias.