Estudiantes la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana entregan donativos a damnificados por el tornado en 10 de Octubre

-Oyeeee… Allá no, aquí.

La señora me ubicó al momento. Tenía los ojos enrojecidos, de no dormir, de llorar o de darse un trago de ron con el vecino que cumplía años. Para validar su autoridad, me dijo, ‘yo soy la presidente y la ideológica del CDR’.

-Vengan acá, y tómense un traguito conmigo -de inmediato el hombre viejo, fuerte como el roble que da nombre a su barrio, adonde fuimos los primeros en llegar, interrumpió su dura labor de ordenar en medio de los escombros, para brindarnos lo que tenía.

Quién sabe de dónde apareció aquel trago para compartir con nosotros, que le llevábamos alimentos, que caímos en medio de la nada. Quiso estar atento a que nadie nos engañara y que la ayuda que conseguimos llegara realmente a los más vulnerables del fuego graneado por el tornado.

Sí, porque en este deambular hubo gente oportunista, pero antes de juzgarlos estamos donde se necesita ayuda. Y porque quizá en algún momento también nos hemos sentido en su piel, no quiere decir que no cambien su actitud. No los juzgo, no somos Dios.

En esta situación hemos crecido tanto. Nos hemos preguntado cómo pudimos alguna vez deprimirnos por cosas tan banales, cuando ves a esta gente echando p’alante con tanta fortaleza. No vivimos allí.

Nos hemos encontrado gente con tan buen corazón. Entre las personas afectadas y entre los voluntarios. A veces solo conocemos a las personas al coordinar por teléfono con ellas y de pronto les ves las caras por primera vez y la empatía es tal, que parece que podríamos haber estado en esta familia hace tanto tiempo.

Me he preguntado por qué no he estado allí antes. Por qué hago esto ahora. Sería porque no tenía qué compartir, o porque no había pasado un tornado. En nosotros ha habido un proceso de crecimiento tal, de desprendimiento.

A veces me he quedado a oscuras, llorando por ellos, por todos. Sin saber muy bien por qué.

El otro día cuando contacté a un chofer, porque necesitábamos llevar un cargamento enorme, y apareció este señor con una guagüita propia, me preguntó qué tiempo nos demoraríamos. Pensé, y le dije, “el tiempo de llegar al sitio, abrazar y conversar un poco con cada uno, ah, y darles lo que les llevamos”.

Porque al llegar allí, aunque estén en condiciones provisionales, no puedes dejar las cosas y ya. Les pides permiso y te hacen un lugar, quizá en la única silla que tienen. Ahí les pones los alimentos, los medicamentos, las ropas o lo que llevemos y les explicas cada cosa. Les haces saber que eso que llevas es importante para las personas que se los envían, para que así lo reciban.

Estudiantes la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana entregan donativos a damnificados por el tornado en 10 de Octubre

Mucha gente ha enviado su dinerito u objetos, con la confianza de que así sea; entonces, la transparencia y la humildad deben ser primordiales.

El asunto está en dar, sin pedir nada a cambio. Está en la capacidad de servir, que algunos desconocimos por tanto tiempo. Mírame cómo estoy. He bajado como diez libras pero me siento físicamente fuerte, nunca había cargado tantos sacos en mi vida.  Y cuando me dicen gracias, me siento raro.

Mira el caso de Dianelys. Ella que lo perdió todo y llevaba seis días durmiendo en el piso, muerta de cansancio. Cuando nos vio llegar ya tenía las listas de todos los necesitados. La gente le dice “La delegada”. Cuenta cómo las personas que perdieron todo ayudaban a los vecinos a cubrir las paredes con las pocas tejas sanas que quedaron, y mantas, según el caso. Ella nos contó que en par de días su hijita cumplía diez años, y que le explicó que no era el momento de celebración.

La niña -siempre los enanos sabios- le dijo que sí celebrarían: no su cumpleaños, celebrarían que estaban vivas. A ese lugar supe que acudieron muchas personas después de lo que posteamos y que el cumpleaños fue en grande, con Colmenita y todo.

Hoy regresamos al primer sitio adonde fuimos los primeros en llegar con alimentos, detrás de la fábrica de galletas de Guanabacoa. No pensaba que nos iban a recibir con tanto cariño. Notas ese amor en el rostro de las personas. Hoy es que he podido entender bien por qué mi madre, cuando el ciclón Michel le llevó el techo, me decía lo lindo que sería acostarnos en cualquier lugar a mirar el cielo completo, juntos.

 

(El texto de esta crónica está conformado por meditaciones habladas por jóvenes voluntarios, al regreso del proceso de dar su tiempo de vida por su país, su gente, por su deber humano)