VALIENTES: Los guardianes de la inocencia

Parecía un domingo común. El pase de visita en la mañana, conversar con los pacientes, buscar síntomas de la COVID-19, plasmar en la historia clínica el resultado de esas pesquisas.

Para los doctores del Centro de Aislamiento número uno de Caibarién, la guardia médica también implicaría vencer el sopor de las tardes y esperar por la brisa que siempre llega al lugar, ubicado a 20 metros de la costa y con la bondad de tener solo el mar por delante. Sin embargo, a media jornada todo cambió.

Casi en tiempo récord las autoridades de salud del territorio decidieron abrir un segundo local para aislar a 31 niños de siete años, a un adulto acompañante por cada uno y a su maestra de segundo grado. Todos eran contactos de un compañero de aula confirmado con el SARS-CoV-2 y debían ingresar bajo vigilancia.

Entonces se convirtieron en prioridad y aparecieron doctores, enfermeras y todo aquel dispuesto a dar una mano para resguardar la infancia y la inocencia.
 

Lisandra: “Si hay lágrimas…que sean de felicidad”

La Dra. Lisandra Rodríguez

La Dra. Lisandra Rodríguez fue una de las primeras en llegar. Con una especialidad en Medicina General Integral, ella tuvo a su cargo la organización de la atención médica y alistarlo todo para recibir a los pacientes. En solo minutos cambió su guardia en la sala dedicada al monitoreo de otras arbovirosis para ponerse cara a cara contra el nuevo coronavirus.

     “La directora de mi policlínico llegó y me dijo que necesitaba de mí. Ya conocía de la confirmación de cuatro nuevos casos positivos, así que inmediatamente supe el tema de su conversación. Casi sin dejarla terminar le aseguré mi disposición y enseguida buscamos las alternativas para mantener la guardia médica y organizar el trabajo en el centro de aislamiento. Por supuesto los pioneros fueron mis primeros pacientes”, comenta.

Los niños llegaron al poco rato, los ubicamos a todos en las cabañas y enseguida iniciamos una charla para hablar sobre el procedimiento a seguir en los próximos días. Luego vino la entrega de todos los medios de protección y el primer reconocimiento para buscar algún indicio de la enfermedad.

“Les explicamos todas las medidas a seguir incluso en las habitaciones, así como la sensibilidad de los test que les realizaríamos. Junto a eso tratamos de calmar a los padres y explicarles que a sus hijos no les sucedería nada, que son como nuestros y estaban en el lugar indicado”.

Los niños reconocen con dibujos el trabajo de todos

Aunque para Lisandra no es una experiencia desconocida, trabajar con niños siempre le impone una responsabilidad y un compromiso mayor. Quizás por ese sentimiento maternal que no la abandona nunca, tal vez porque la destreza de laborar en un consultorio médico de la familia y luego en la sala de arbovirosis la enseñó a leer miradas y reacciones, sabe ponerse en el lugar de sus pacientes.  

“Lo primero que piensa una profesional de la salud, por demás madre de una pequeña de la misma edad de estos niños, es precisamente en ellos, en su inocencia y en todo lo que puede ocurrir si no nos tienen a nosotros para protegerlos, a pesar de los riesgos. Pienso también en sus padres, que como yo viven en constante estrés y temor ante una enfermedad desconocida”, confiesa.

Para esta mujer de 31 años, pertenecer al equipo médico de este lugar es un placer pero a la vez un reto, “porque los comportamientos de los infantes varían y tienen distintas maneras de transmitir sus sentimientos”. Aun así, ella sabe que sus muestras de agradecimiento son excepcionales, “por sinceras y fieles”.

    “Después de convertirme en madre me siento más comprometida y me entrego totalmente a cada caso. Ellos y sus familias confían en nosotros y eso me reta a dar lo mejor de mí. Trato por todos los medios que al final exista un "Gracias por todo doctora" en medio de risas. Y si hay lágrimas, que sean de felicidad”.

Lisandra Rodríguez es delgada y apenas se le puede reconocer detrás del nasobuco, la sobrebata, el gorro y las gafas de protección. Sin embargo, cuando habla la fuerza y la emoción vencen todas esas barreras. Sin pudor confiesa que también siente miedo, porque los profesionales de la salud somos seres humanos —dice—, y no es fácil enfrentar lo desconocido.

“Pero esa idea no la llevamos como lo principal. Nuestro pensamiento siempre está en mantener sano a cada paciente y eso nos ayuda a seguir adelante. Para ser médico hay que sentirlo de verdad desde el corazón. Eso te hace arriesgarte a todo por tal de experimentar la satisfacción de salvar una vida y cumplir con tu deber”, asegura.

Para Lisandra y para todo el equipo médico del lugar, ese sacrificio encuentra su recompensa todos los días a las nueve de la noche desde los balcones y portales de cada barrio cubano.

“Los aplausos lo significan todo. Me hacen llorar porque significan el reconocimiento de mi pueblo, mis vecinos, mi familia. Me siento orgullosísima de quien soy. Cada noche cuando no estoy en casa algún amigo me envía por las redes los videos e inevitablemente siento más ganas de luchar por estos niños para darles la alegría, ponerlos a salvo y culminar todos victoriosos”.
 

Lusimy, el ejemplo

La Lic. en Enfermería Lusimy Costa se ha convertido en ejemplo para los niños

Los próximos días Lusimy Costa Reyes no vestirá más que de verde. Para esta joven enfermera ese es su sello desde que Caibarién reportó el primer caso de la COVID-19, pero ahora significará también el atuendo que más reconocerán los más de 30 niños niños del Centro de Aislamiento de Villa Caoba. Ella vivirá a su lado hasta que cumplan las dos semanas de cuarentena.

“Estaba en casa en medio de mis labores cotidianas cuando me llamaron. Apenas me dio tiempo para terminar de lavar y poner a secar algunas piezas, me bañé, recogí lo necesario y me fui. Sabía que serían 14 días internada, pero tenía la cabeza fría. Lo importante es la salud de los nenes y que todos salieran sanos y salvos”, comenta.

Lusimy se unió a Lisandra para organizar las habitaciones y garantizar las condiciones de seguridad para ubicarlos a todos. Cuando los niños comenzaron a llegar ya cada detalle estaba dispuesto. El mecanismo funcionó como un reloj y enseguida los alojaron para evitar aglomeraciones. Apenas pasó un momento y ya el dúo de enfermera y doctora estaba habitación por habitación con la primera charla educativa.

    “Esta es una enfermedad que ha creado pánico en todo el mundo y es normal que las personas lleguen con miedo. Lo primero que hacemos es transmitirles confianza en los medios que tenemos y en nuestra capacitación. La seguridad es sumamente importante y si empleamos correctamente los medios de protección nada tiene por qué salir mal”.

Lusimy no pasa de 30 años, pero ya habla como una enfermera consagrada. Solo el infaltable nasobuco le camufla algo la voz y la obliga a breves pausas para tomar aire. Por estos días tiene poco tiempo libre y mucho por contar.

“Los padres lógicamente se desesperan. Un día remitimos a un niño con síntomas y eso siempre crea tensión. Para mí es un gran reto, porque vengo de un hospital pero nunca había trabajado con tantos pequeños a la vez. Hay que tener paciencia y psicología, pero me siento satisfecha. Las muestras de cariño aquí son muy grandes”.

Lisandra y Lisumy integraron el primr dúo de doctora y enfermera.

Los padres de los niños no son los únicos preocupados. Ella dejó a los suyos en casa y ahora confiesa cuántas veces al día la llaman para pedirle que se cuide. “Viven aterrados, pero ya saben que estoy bien y cumplo con todo. Mi esposo también es médico y representa un apoyo importante. Yo les pido que se protejan también, porque al final eso me ayuda a trabajar con menos preocupaciones y poder concentrarme mejor”..

Esta joven enfermera no está sola y a cada momento insiste en recordar a sus compañeros. Ella sabe que en una tarea como esta resulta vital el trabajo en equipo para garantizar el éxito.

Así habla de los encargados de la alimentación, la estadística, de los miembros de la Policía Nacional Revolucionaria encargados de custodiar la entrada del centro o de los miembros del Comité Municipal del Partido Comunista de Cuba que también los acompañarán por 14 días. A ellos Lusimy también les dedica los aplausos de cada noche.

“Ellos también sienten temor pero están aquí y cumplen sus funciones con responsabilidad. Escuchar el homenaje que cada noche nos hacen provoca una emoción indescriptible. Vivo en un edificio y es muy lindo cómo los vecinos me dicen que los aplausos son para mí, pero desde que estamos aquí cada día es sensacional escuchar cómo a la hora pactada se sienten las palmas también desde todas las habitaciones”.

Para Lusimy ese reconocimiento es parte de su orgullo. Sin embargo, tiene otro que lo supera. Se trata de una niña de siete años, pequeña, tímida, y que conoce hace apenas poco más de tres días. “Cuando le preguntas qué quiere ser cuando crezca ella dice que enfermera como yo, para vestir siempre de verde y curar a los niños”. Para Lusimy no hay mejores palabras. En medio del dolor y la incertidumbre, ella se ha convertido en ejemplo.
 

Javier: “El reconocimiento del pueblo vale más que todo el dinero del mundo”

Hasta el momento la gran mayoría de los niños no tienen síntomas.

El Dr. Javier Rodríguez Domínguez habla despacio, como si quisiera analizar cada frase. Con 55 años de edad, dos especialidades y más de tres décadas vinculado a la medicina, sabe que vive hoy un momento único en su carrera y en la de sus colegas. Con la responsabilidad de liderar al personal de salud que estará los primeros 14 días con los niños y sus familiares en el Centro de Aislamiento, reconoce que misiones como estas marcan una vida.

“A partir de ahora muchos de nosotros podremos hablar de un antes y un después. Esta es una enfermedad desconocida de la que cada día aprendemos algo nuevo, es muy contagiosa  y bastante fea, porque puede afectar a cualquiera. Tenemos una responsabilidad muy grande y de lo que seamos capaces de hacer depende el éxito. Ahora se trata de mente fresca y capacidad de razonamiento”, asegura.

Javier llegó a esta institución por convicción y por esa pasión que tienen quienes han dedicado toda una vida a la profesión. Especialista en Medicina General Integral y luego en Medicina Natural y Tradicional, durante los primeros días de la pandemia en Caibarién prestó ayuda en el control y traslado de los arribantes. “Sin embargo, cuando conocí de la apertura del nuevo local enseguida me dispuse para lo que hiciera falta”.

    “Sabía que trabajaría con un grupo de niños, lo cual implica tener una dedicación y una sensibilidad mayor. Aquí tienes que saber no solo cómo se siente el menor, sino también sus padres, porque el miedo y la incertidumbre crecen. El nivel de preparación y la capacidad para extremar las medidas de seguridad es importante para enfrentar el miedo, porque existe y está latente, pero la profesión te vence y terminas dando lo mejor por cada paciente”, confiesa.

Ya sea por sus 55 años de edad, por su voz pausada y milimétrica o por la confianza que inspira, el Dr. Javier se convierte aun sin quererlo en el principal referente para el joven equipo a cargo del lugar.

“Uno ha andado ya por muchos caminos y eso siempre hace que su criterio sea escuchado con mayor atención. El resto del personal muchas veces se apoya en mí, pero eso no significa que sea superior. Yo también aprendo de ellas y les doy tanto tareas como oportunidades, para que puedan desplegar sus capacidades. Aquí cada cual es importante”.

Apenas basta una mirada para dar las gracias

“No es un trabajo sencillo. En tiempos normales este sitio funciona como una instalación recreativa. Aquí existe una piscina, así como parques y lugares para la diversión. Es difícil pasar por ellos, encontrarlos vacíos y a la misma vez saber que tienes a todos esos niños aislados en las habitaciones. Es imposible evitar el sentimiento, pero es lo que toca ahora por su seguridad”, confiesa.

Javier pasa visita dos veces al día a las más de 60 personas que tiene bajo vigilancia. Llega con el cuerpo cubierto, dos fundas le cubren los pies y unos guantes blanquísimos le ocultan las manos. Muchos no lo reconocerían, pero cada vez que aparece es como si entrara un viejo amigo para buscar síntomas o medir la temperatura corporal.

“Llevo toda la vida en Caibarién y casi todos me conocen. Cuando entro a cada habitación no soy el médico, sino sencillamente Javier. Ese vínculo ayuda a crear empatía en un momento como este, y aunque todo fluye con respeto, también existe esa confianza capaz de facilitarlo todo”.

El experimentado médico tiene un nieto de solo un año de edad que no verá hasta dentro de un mes, luego de cumplir sus dos semanas de trabajo aquí y otras dos en aislamiento para evitar cualquier posible contagio. Es solo uno de los tantos sacrificios que implica curar a los demás. No obstante, afortunadamente a toda buena obra le llega su premio.

    “Los aplausos de los cubanos por estos días son extremadamente gratificantes, no solo para mí sino para el resto de mis colegas. Ese reconocimiento de un pueblo vale más que todo el dinero del mundo, porque no solo sirve para reconfortarse ante los temores y el cansancio, sino como un impulso para seguir adelante”.

Y así siguen Javier, Lisandra y Lusimy, los rostros más visibles de un equipo de trabajo que tiene también al personal de servicio, a choferes, cocineras y administrativos como columnas vitales de un Centro de Aislamiento que guarda las esperanzas y el futuro de decenas de familias cubanas. Todos ellos, humildes, consagrados, muchas veces ocultos detrás de las gafas de seguridad y los nasobucos, son los guardianes de la inocencia.