Caricatura del coronavirus

Los embaucadores han existido siempre. Tanto es así, que en el folclor de la Europa medieval existía la figura del trickster, una suerte de espíritu que hacía trucos para desobedecer reglas y normas de comportamiento. 

En la vida real suelen ser personas de normal apariencia, que lucen preocupados por hacer un bien público; pero, en realidad, sus fines son egoístas, y para lograrlos no les importa el daño que hacen ni el dolor ajeno. 

Los embaucadores que, a propósito de la Covid-19, hoy se enfrentan a nuestra Revolución, no son diferentes, pero en ellos destaca, además, una característica: su malsana hipocresía. 

No pasan por alto el impecable historial de Cuba en materia de enfrentamiento a desastres y epidemias, múltiples veces elogiado por los más prestigiosos organismos internacionales al respecto. Saben muy bien que el Gobierno cubano tomará todas las medidas necesarias para preservar la vida y la salud de sus ciudadanos, de lo cual sobran ejemplos.

Cuántas veces vimos que un huracán dejó cientos o miles de muertos en un país vecino, solo porque su Gobierno no tomó las previsiones adecuadas. Y cuántas luego vimos cómo sus ciudadanos permanecían meses sin vitales servicios por semejante indolencia. Tal proceder es impensable en Cuba.

Nuestro país dedica más del 50 % de su presupuesto a la educación y a la salud pública; jamás ha escatimado recursos no ya para afrontar epidemias como la conjuntivitis, el cólera, o aquella del dengue hemorrágico –alevosamente introducida por la CIA, y que dejó como saldo más de 300 000 enfermos y 101 niños muertos–, sino para salvar la vida a cualquiera de sus ciudadanos.

Estos embaucadores saben también que ciertas medidas serían aplicadas más temprano que tarde, según vaya resultando oportuno; saben que tomar decisiones para un país no es como tomarlas para una casa. Son medidas complejas, que involucran muchos actores y precisan de tener en cuenta múltiples factores.

Entonces, ¿cuál es su técnica?: ponerse ropaje samaritano, venderse como los más preocupados por el pueblo y hacer campañas para que esas medidas sean aplicadas de inmediato, cuando aún no es posible hacerlo. De ese modo no solo pretenden mostrar una supuesta ineficiencia del Gobierno, sino, asimismo, luego venderse como profetas: falso estatus que les serviría para luego introducir el más letal veneno de la desunión, el desorden y el desencanto.