En nombre del amor

¿Cómo escribir sobre el amor sin que se estampe en la página blanca el espíritu del poeta? ¿Cómo tocarlo y decirle: «Eh, mira que escribo, y te me has cruzado en la idea, de modo que no te me vas, de modo que todo lo has dicho?».

«Como si se pudiera elegir en el amor, como si no fuera un rayo que te parte los huesos y te deja estaqueado en la mitad del patio», dice el Cronopio mayor, impidiendo que avancen las letras propias que procuran ahora mover a un lado a aquel grande del Siglo de Oro, que ­definió el mayor de los sentimientos como «un descuido que nos da cuidado, / un cobarde con nombre de valiente, / un andar solitario entre la gente, / un amar solamente ser amado».

A la ronda que ya se forma llega el bardo de las golondrinas: «Volverán del amor en tus oídos / las palabras ardientes a sonar, (…) como yo te he querido..., desengáñate, así... ¡no te querrán!», y el que escribió el lírico hexaedro canta: «Tu amor irrumpió en mi vida como se cuela una ráfaga por una ventana abierta».

«Saber de pronto /que iba a verla otra vez, que la tendría / cerca, tangible, real, como en los sueños. / ¡Qué explosión contenida! / ¡Qué trueno sordo / rodándome en las venas», dice el Poeta Nacional, justo después de que el más grande de los cubanos, en perfectas rimas dijera: «En ti pensaba yo, y en tus cabellos / que el mundo de la sombra envidiaría, / y puse un punto de mi vida en ellos / y quise yo soñar que tú eras mía».

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No es siempre sosegado el escenario donde anidan los versos de amor. Más allá de su natural agitación, en muy crudas circunstancias han sido concebidos poemas, que como himnos merecen deferencia eterna.

Lejos del hogar y de su amada escribía el Pastor de Orihuela, combatiendo el fascismo español, su Canción del esposo soldado:

«Cuando junto a los campos de combate te piensa / mi frente que no enfría ni aplaca tu figura, / te acercas hacia mí como una boca inmensa / de hambrienta dentadura. / Escríbeme a la lucha, siénteme en la trinchera: / aquí con el fusil tu nombre evoco y fijo, / y defiendo tu vientre de pobre que me espera, / y defiendo tu hijo».

Como él, como el guerrillero salvadoreño que pedía en versos a la amada no decir su nombre cuando supiera de su muerte, muchos hombres y mujeres defienden hoy su amor, el de su corazón y el de su patria, que es afecto mayor, en los más hostiles entornos. Un mundo plagado por el desequilibrio, subyugado por la sinrazón, atenta contra el feliz destino de los hombres. Que este día en que el amor habla más fuerte nos deje unos instantes, no solo para invocar la paz, sino para hacer lo que debamos, en nombre del amor, por ella.