Es Dani frente a su dolor. De aquel momento quedó además una foto estremecedora: la piedra bajada de la Sierra Maestra, la placa con cinco letras doradas, flores y una pierna tatuada. (Cortesía del entrevistado)

Cuando Fidel murió, Dani Rolling tenía mucha más tristeza que dinero. A más de 7 000 kilómetros de la Isla que sus padres le enseñaron a amar – y que en aquellos últimos días de noviembre se estremecía de dolor – el joven argentino no tenía ni pasaje, ni visa, ni dinero, ni vacaciones, y mucho menos un pasaporte a la mano. Lo único que realmente atesoraba eran unas ganas incontenibles de viajar a Cuba y seguir la ruta de las cenizas hasta Santiago.

En unas pocas horas, su novia y unos amigos juntaron esfuerzos y de la nada apareció todo lo que hacía falta para acortar las distancias. “Menos mal que fui”, me cuenta vía Twitter en vísperas de otro 13 de agosto, día en que a Birán le nació el líder de la Revolución. “Asistí al dolor pero también a la claridad del pueblo cubano. Fue una descarga que me hubiera sido imposible aquí. Compartí con mi madre un abrazo de velorio familiar”. De aquel momento quedó además una foto estremecedora: la piedra bajada de la Sierra Maestra, la placa con cinco letras doradas, flores y una pierna tatuada. Es Dani frente a su dolor.

¿Me cuentas de ese tatuaje?, le pregunto. “Me lo hice en el año 2005, había perdido a mi abuelo materno, a quien amaba con locura… Crecí leyendo sobre Fidel, escuchándole hablar y fascinado con la Revolución Cubana, de ella aprendí las mejores cosas cuando atravesaba sus momentos más delicados, allá por el 93 o 94. Te puedo decir sin equivocarme que Fidel fue un padre para mí en el sentido de mi formación moral como persona”.

“Tatuarme a Fidel era tatuarme a mi abuelo, a mi viejo y fundamentalmente a mi vieja, en los valores que estaba seguro nunca iba a abandonar. Fue un duelo y una reafirmación de todo lo que creía entonces y aún creo. Si no tuviera el tatuaje, estaría pensando en hacérmelo”.

Por aquellos años – me escribe Dani – había muchos tatuajes del Che en la Argentina, pero pocos de Fidel. Él era una declaración de principios frente a una maquinaria destinada a calumniarlo. “Recuerdo con claridad que el tatuador me dijo que jamás había hecho uno de Fidel y que volviera con el tiempo a retocarlo y a contarle que tal me había ido con él”.

De esas historias que bien podría narrarle al tatuador, me revela una: “En el 2006 viajé de vacaciones a Villa Gessell, en la costa de Buenos Aires, con una novia y su madre. Ella había alquilado una carpa en la playa. Pero resulta que el balneario era militar y compartíamos carpa con militares. En un momento uno de ellos me apartó del resto y me dijo: ¿sabes lo que te pasaría con ese tatuaje si nosotros volvemos al poder? Lejos de sentir miedo, me sentí orgulloso porque entendí que funcionaba. Les molestaba mucho”.

Diego Manuel –otro argentino que ahora vive en Brasil y que durante algunos años fue corresponsal en Cuba – un buen día también decidió tatuarse a Fidel Castro Ruz. En su brazo derecho lleva el rombo rojo y negro con los olivos, el grado del Comandante en Jefe, símbolo inequívoco; más abajo, en su antebrazo, una foto de Korda del año 1962, intervenida por Ernesto Rancaño, artista plástico cubano que conociera a través del fotógrafo Roberto Chile. Esa imagen preside su libro "Fidel, como un colibrí", con la entrevista inédita que concediera a cinco periodistas latinoamericanos durante una cena en el año 2001.

Las marcas profundas de Fidel

“Creo que como el colibrí, símbolo de sanación y ave inquieta, Fidel fue así mismo, la sanación de los pueblos y su inquietud siempre lo llevó más allá, con luz larga”. ¿Te han traído algún problema los tatuajes?, le inquiero. “Aún no, dales tiempo”, me suelta con la determinación de quien vive en un país con un gobierno abiertamente hostil contra la Isla de Fidel. 

Muchos kilómetros más allá, por Bélgica, anda hoy una cubana también con el rombo del Comandante en Jefe dibujado en su muñeca derecha; es diplomática, tiene 29 años y un amor inmenso por Fidel. Cuando se enteró de su muerte supo que el primer homenaje, “como muestra de mi eterno agradecimiento, sería un tatuaje, sin importar lo que doliera, sin importar lo que pensaran otros, sin dudarlo”.

Las marcas profundas de Fidel

Pero no fue fácil concretar la idea. Rachel Maury tuvo que esperar casi un año para regresar de su misión por vacaciones a Cuba y cumplir con la promesa. “Recuerdo caminar Regla arriba y abajo buscando un turno libre. Tarde en la noche y a solo dos días de regresarme, me avisaron y fui corriendo. Lo hice y no me arrepiento. Hoy lo luzco con el mayor orgullo y lealtad; no temo ni dudo en llevarlo visible. Sabía que esa imagen sería inconfundible por ser única, por eso la elegí. Y lo mejor, sabía que sería para siempre”.

Dani, Diego y Rachel andan con sus tatuajes al descubierto. No solo hoy que es 13 de agosto, jornada para el homenaje, sino todos los días de sus vidas. “Es una declaración de principios”, han dicho, porque Fidel les marcó profundamente la vida, mucho antes que la piel.

Rachel como muestra de su profundo agradecimiento exhibe todos los días su tatuaje. (Foto cortesía de la entrevistada)

 

Diego Manuel un buen día también decidió tatuarse a Fidel Castro Ruz. (Foto Cortesía del entrevistado)