Campesinas cubanas

Ella posee un encanto natural. No precisa de atavíos ostentosos, maquillaje o artilugios para despertar admiración. Basta verla en su entorno habitual y sus virtudes brotan, sobre todo, su ternura, humildad, esfuerzo y consagración a la familia.

Cuando pienso en la mujer rural de Cuba, inevitablemente, -por mi origen cien porciento campesino, evoco imágenes, sonidos, olores y escenas que me confirman la valía de estas féminas, víctimas del atraso provocado por los gobiernos prerrevolucionarios que concentraron todo el desarrollo en las urbes y que la Revolución del cincuenta y nueve empoderó de forma gradual.

¡Qué hermosas, y fuertes, y grandes las campesinas cubanas! Recuerdo a mi abuela tras las gallinas durante horas buscando sus nidales para recoger los huevos que garantizarían el alimento de la familia ese día. Siento a mi madre años atrás avivando con sus labios la leña para calentar la comida. Escucho a mi tía responder a mi llamado desde el campo de café y salir empapada por el rocío matutino. Veo a mis primas cuidar de sus hijos con devoción y educarlos para que sean hombres y mujeres de bien.

Pero no son solo las de mi sangre. Tal pareciera que crecen como yerba buena en los campos cubanos. También observo a las vecinas de mi barrio natal que ayudan a sus esposos en la zafra del tabaco, en la recogida de frijoles, a escardar un sembrado o le alcanzan agua y un cafecito en el surco. Percibo una fragancia limpia de la ropa que la Niñita, -una señora de más de 70 años, lava entre sus puños, enjuaga y pone a secar al sol. Oigo la invitación de Dora al que pasa por el camino a esperar la coladita de café…

Si de guajiras valiosas se habla, tengo que mencionar a Águeda León, la mujer que sacrificó la suavidad y pulcritud de sus manos y se hizo carbonera para sostener a los suyos. Qué decir de Felipa Jiménez, aquella madre que siendo muy joven enviudó, pero no faltó lo necesario a sus hijos porque por paga recogió café, ensartó tabaco, hizo almidón de yuca y como si fueran pocos ellos, acogió a su hermana divorciada con sus tres pequeños. Y dónde dejo a la intrépida María Valido, que en una comunidad machista en extremo, no se conformó a ser solo una ama de casa y buscó independencia económica mediante la creación de una minindustria de conservas de frutas y condimentos.

Estas y otras mujeres rurales de Cuba me recuerdan las flores silvestres, tan hermosas, y sin embargo, a veces pisoteadas por personas incapaces de apreciar la belleza del alma. Mas hubo un Fidel que públicamente dignificó a las campesinas cubanas. Al referirse a ellas advirtió: “son capaces de exhibir una belleza superior a toda la que habíamos visto también en nuestro país, puesto que se trata de la belleza natural de nuestras mujeres humildes y sencillas, sin todos los afeites con que acostrumbraba adornarse aquella clase privilegiada”.

Ellas son felices y poseen un encanto natural.

Les gusta la organización y cuidar cada detalle de la casa.

Sus hijos crecen entre los sonidos y paisajes campestres.

Mujeres de arduo trabajo, mujeres de mucha valía.

Fuertes y emprendedoras.

Aman el entorno natural.

Tiernas, humildes y consagradas al hogar.

Atardecer rural.