ZONA CRÍTICA: ¿Por fin hay crisis en la música popular?

Nosotros creemos que no, pero no convendría confiarse…

Pese a los augurios pesimistas de algunos, la música popular bailable —la que nació y alcanzó su definición mejor aquí, en este país—no va a desaparecer nunca, por una sencilla razón: está indisolublemente ligada a las esencias mismas de la nacionalidad. O sea, tendría que desaparecer el concepto mismo de Cuba, la condición de cubano, para que desaparezca esa música.

Nuestra música popular bailable (el son, la rumba, el chachachá, el mambo, incluso eso que llamamos la timba) nos identifica como pueblo, nos define y nos recrea, es expresión de nuestra idiosincrasia. No importa que uno sepa bailar o no, esa música es patrimonio de todos.

Ahora bien, tampoco vamos a parecer festinadamente optimistas: está claro que hay muchas personas, particularmente entre los jóvenes, que no aprecian, que no disfrutan, en ocasiones que ni siquiera conocen las expresiones más actuales de la música popular bailable… imagínense si hablamos de su extraordinaria tradición.

Géneros foráneos ganan espacio en el gusto, se socializan más allá de los espacios institucionales, hasta se “aplatanan”… y hemos llegado al punto en que algunos se conocen al dedillo el repertorio variopinto del llamado género urbano (incluyendo, no faltara más, sus manifestaciones menos ortodoxas), y no son capaces de tararear prácticamente ningún tema “de moda” de cualquiera de nuestras orquestas.

Puede parecer extremo, pero sucede así. Algunos creen que tiene que ver con las estrategias de difusión, y responsabilizan a las instituciones. Pero realmente algunos de los temas más populares de cierta “música” nunca han sido transmitidos por la radio o la televisión. La cuestión, como se ve, es mucho más complicada.

La cuestión no es prohibir: los géneros musicales, cubanos y extranjeros, siempre han coexistido y van a coexistir toda la vida, es natural y provechoso. La balanza, como dijo el maestro César “Pupy” Pedroso, debería favorecer a lo nuestro. Pero para eso, hay que partir de la calidad.

Los esquemas de socialización de la música no son los de hace algunos años, el impacto de las nuevas tecnologías ha democratizado mucho más el panorama, y las vías de acceder a la música son múltiples y confluyentes.

Hay que comprender el contexto y trazar estrategias para poder insertarse, sin hacer concesiones al mercado (y no estamos negando la necesidad del mercado), y sin sacrificar las jerarquías que consolida la propia calidad. Eso le corresponde a las instituciones.

A los creadores (compositores, cantantes, instrumentistas, arreglistas) les corresponde lo obvio: trabajar.

Quedan asuntos importantes, que ameritarían otros acercamientos: la calidad de las programaciones de algunas instituciones y los medios de comunicación, los esquemas comerciales hacia el mercado cubano y el extranjero, la formación de los músicos en Cuba (ciertamente, buena parte de los instrumentistas de las orquestas de música popular pudieran tocar un concierto de Mozart, pero en la academia todavía no hay cátedra de música popular).

Hay mucha tela para cortar.

Una versión de este comentario se publicó en el Noticiero Cultural de la Televisión Cubana.